lunes, 20 de agosto de 2012

Disfrazando a las criaturas

 
 

Enviado por aguilar a través de Google Reader:

 
 

vía Patente de corso | Web oficial de Arturo Pérez Reverte de Web oficial de Arturo Pérez Reverte el 19/08/12

Fecha del sainete: junio. Lugar: escuela infantil con cabroncetes de 3 a 6 años. Personajes: miembros de la antes APA (Asociación de Padres de Alumnos) y ahora AMPAA (Asociación de Madres y Padres de Alumnas y Alumnos). País -lo han adivinado-: España. Motivo: fiesta de fin de curso de los malditos enanos. Para crear ambiente, precisemos que un estudio del psicopedagogo del centro determinó retirar la prohibición a los alumnos -alumnos y alumnas, puntualizaba-, común a la mayor parte de los colegios españoles, de utilizar el teléfono móvil en los pasillos y el patio del recreo. «La imposibilidad de utilizar el móvil -decía el delicioso texto pericial- genera una ansiedad en el alumnado que disminuye su atención y rendimiento en clase y puede dar lugar a disfunciones psicológicas». Con lo cual imagínense el recreo. Los pasillos. El cuadro, o sea. El colegio entero parece un locutorio telefónico. Eso sí: ni una sola disfunción a la vista.

Pero volvamos al asunto. Una vez situados en la clase de colegio de que se trata -lo llamaremos CEIP Buenaventura Durruti para no forzar la imaginación-, lo siguiente será fácil de comprender. Los papis y mamis, reunidos para tratar el asunto de la fiesta de fin de curso, debaten el tema. Por supuesto, el centro aconseja elaborar los disfraces infantiles con materiales respetuosos hacia el medio ambiente: reciclaje, reutilización de objetos, etcétera. Y este año, tras considerar varias posibilidades, alguien propone el tema Piratas, siempre atractivo para los niños y de sencilla ejecución, en principio. Después de animado debate previo -hay quien apunta, muy serio, que los piratas son individuos de ética discutible y no transmiten valores-, los padres y madres del alumnado y la alumnada deciden refugiarse en lo clásico. Los niños irán de piratas, y punto. Sombreros de cartón, parches en el ojo de materiales reciclables, calaveras y tibias de papel ecológico. Entonces alguien formula la pregunta crucial: «¿Y las armas?». Y se hace un silencio.

La discusión que sigue tras el silencio -ha durado cinco segundos de reloj- es estupenda. Tengo la transcripción literal, pero la soslayo por larga. Resumiré consignando que una madre sugiere comprar espaditas de plástico en el chino de la esquina, pero otras se oponen. «No, que luego se pegan con ellas», dice una. «Hagámoslas entonces de cartón -responde otra-, en plan atrezzo». Pero surgen discrepancias. «Me niego a que los niños vayan armados», dice alguien. Un padre allí presente propone recortar pistolas de cartulina y que...

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